lunes, julio 03, 2006

Las floristas de La Pérgola

Casi por oler el perfume ácido del florerío, sólo por pasar tan seguido por esa esquina de avenida La Paz y Mapocho, donde despliegan su teatro fúnebre las floristas de La Pérgola. Las mujeres que trabajan el jacinto, la rosa y el alhelí, en un murmullo de colores y ramas verdes y pétalos que cubren el piso mojado de los galpones. Los dos antiguos edificios redondos de San Francisco y Santa María, donde ellas hacen circular la pena de los deudos que acuden diariamente por una corona de rosas blancas, por favor, para el angelito que se encumbró al cielo, tan chiquito, en forma de cruz para la abuela que era tan beata, de claveles rojos si el finado es caballero y comunista, o rosados si el dolor es mujer o mariquilla de sida injertado. También las hay de siempre vivas para el cliente amarrete que espera que el adorno dure un año, para todos los gustos, sexos y clases sociales el mercado florero tiene una oferta. Y las señoras doñas de este jardín, van surtiendo la demanda con sus manos ágiles que trenzan, anudan y tejen las ramas de pino. Los armazones de las coronas que después florean y decoran con su estética de último homenaje. Y este oficio de engalanar la muerte como una novia, las reúne por años en el sindicato que armaron para su protección laboral, como una heredad de mujeres que brota desde la abuela, la hija, la nieta y que continúa esta larga tradición de nevar de pétalos los cortejos ilustres.

¿Y a usted quién le va a tirar flores cuando se muera?, le pregunté a doña Adriana Cáceres López, la pergolera más antigua que aún maneja su negocio detrás del mostrador, conectada a un tubo de oxígeno. Mis compañeras pué. Ellas tienen que seguir la tradición que ha hecho famosa a la pérgola, desde los tiempos de Jorge Alessandri, Frei el padre, y Salvador Allende, que se lo llevaron tan rápido, el cortejo pasó tan soplado por Avenida La Paz, que las flores quedaron flotando en el aire, debe haber sido porque había tanta gente, más que otras veces, cuando hemos despedido a tanto Presidente que ha pasado por aquí. ¿Sólo presidentes? No, otros son artistas, o autoridades que el pueblo ha querido y nosotras le hacemos el homenaje. ¿Tienen preferencias? A veces, depende, pero siempre es un personaje recordado por la gente como la Sinforosa de "Hogar Dulce Hogar", o Clotario Blest, o Laurita Rodríguez, del partido Humanista. Pero no somos políticas. Total no cuesta nada juntar pétalos huachos y tirárselos cuando pasa el funeral ¿Y a Pinochet le van a tirar flores? Puede que sí, si nos llaman de la municipalidad no tenemos por qué hacer una excepción con ese caballero, además qué cuesta recoger las flores que sobran y tirárselas a la carroza. ¿Pero se las van a tirar como piedras? (Ella se ríe). ¿Cuál es el funeral más importante para usted? El de mi madre, Zunilda López, ella era querida por todos aquí, fíjese que fue el cortejo más emocionante, le hicimos una alfombra de pétalos blancos y rojos con su nombre. Han pasado tantos años y todavía lloro cuando me acuerdo. Y hasta ahí dejé la entrevista, porque los ojazos de doña Adriana se englobaron en dos lagrimones que rodaron al mar amargo de los rastrojos esparcidos por el suelo. Imaginé que iba a elegir cualquier entierro, registrado en su memoria pergolera que vio cruzar la historia por esa última parada antes del cementerio. Y doña Adriana me descolocó, poniendo a su madre en el altar del consumado recuerdo. Después me quedé un rato viéndola cómo ofrecía las coronas, pero especialmente los canastillos y arreglos florales que se usan más ahora, me dijo, "puros arreglos, puros canastillos, cómo una fiesta, como un cumpleaños o un casamiento. Así me gustaría a mí, repitió, porque las coronas son tan tristes".

Así, la memoria de la urbe hace un paréntesis en esta esquina donde se florea la pena, donde pasan despidiéndose los discursos políticos bajo la lluvia liria de los copos florales, los puñados de pétalos con que ellas rinden tributo al cuerpo yerto de la historia. Por aquí tienen que pasar todos los ilustres mirando al cielo, me dijo doña Adriana, al tiempo que cortaba una rosa y ponía un cassette de boleros. Y la música y los fucsias-anaranjados y azulescos-amarillos-rojos, seguían salpicando la frescura parda de este oficio, en la tarde pergolera donde la muerte se tornasola mujer.

2 Comments:

Blogger Unknown said...

este blog es una joya!!!

12:18 a. m.  
Blogger Matías said...

Gracias, che! Es un servicio a la comunidad! Una puerta de acceso virtual a la obra de Lemebel!

12:28 p. m.  

Publicar un comentario

<< Home